lunes, 26 de diciembre de 2016

¡Jesús en medio de nosotros!

El abad de un monasterio cavilaba preocupado. Tiempo atrás, su monasterio había visto tiempos de esplendor. En la iglesia se reunía el pueblo cada domingo para participar en la Eucaristía, las celdas habían estado repletas de jóvenes novicios y en la capilla resonaba el canto armonioso de los monjes. Pero habían llegado malos tiempos: a la iglesia ya no acudía gente con necesidad de alimentar su espíritu; hacía tiempo que no aparecían jóvenes candidatos y la capilla estaba más fría y solitaria que nunca. Sólo quedaba una pequeña comunidad de monjes que cumplían triste y rutinariamente con sus obligaciones.

Un día de Adviento, decidió pedir consejo, y acudió al anciano obispo, con fama de sabio. Al recibirle éste, se saludaron fraternalmente y le planteó la situación, concluyendo tristemente: "¿Cómo ha podido nuestro monasterio llegar a esta crítica situación?". El anciano obispo: "Es que no os habéis dado cuenta de que el mismo Señor Jesucristo se ha disfrazado y está viviendo en medio de vosotros, ¿cómo no habéis podido verlo?"

El abad se retiró pensativo y emprendió el camino de regreso a su monasterio, mientras se decía: "¡No puedo creerlo! ¡El mismísimo Hijo de Dios está viviendo ahí en medio de nuestros monjes! ¿Cómo no he sido capaz de reconocerle? ¿Sería el hermano sacristán? Probablemente no, porque tenía muy mal genio... ¿Tal vez el hermano cocinero? Con lo que le cuesta rezar... ¿O tal vez el hermano administrador? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos… Pero el anciano obispo dijo que se había disfrazado. ¿No serían acaso aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el convento tenían defectos… ¡y uno de ellos tiene que ser Jesucristo!"

Con este pensamiento llegó al monasterio, y durante la comida, estando reunida la pequeña comunidad de monjes, les contó lo que había averiguado. Ellos se miraron incrédulos unos a otros. ¿Jesucristo… aquí? ¡Increíble! Claro que si estaba disfrazado. Entonces, tal vez era Fulano... ¿O podía ser que fuera Mengano? ¿O….? Una cosa era cierta: si el Hijo de Dios estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. "Nunca se sabe", pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, "tal vez sea éste…"

El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir decenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la capilla volvió a resonar el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor, porque todos comenzaron a vivir considerando que el otro es Cristo.

No hay comentarios: