miércoles, 23 de julio de 2014

Dios está presente

Un hombre, fervientemente creyente, vivía en un pequeño pueblo muy lluvioso. En época de inundaciones y ante la gran cantidad de agua que se esperaba para aquellos días, los vecinos del lugar decidieron abandonar el pueblecito para resguardarse en otro más seguro durante un tiempo. Pero nuestro protagonista prefirió quedarse, por más que le insistieron los suyos, diciendo: "Dios me salvará".

Ese mismo día, las lluvias torrenciales hicieron que en apenas unas horas el nivel del agua subiera más de un metro y medio. Entonces un lugareño pasó justo por delante de la casa del hombre con un pequeño bote y, haciéndole sitió, le ofreció subir con él. Él negó apostillando que "ya Dios me va a salvar". Y el hombre del bote, sin entender su actitud, siguió navegando en su búsqueda de personas a las que ayudar.

Pero la lluvia no cesó y nuestro amigo se vio forzado a subir al tejado de su vivienda.  Fue entonces cuando vio a un helicóptero de rescate que sobrevolaba la zona, pero se negó a partir con los socorristas: "ya Dios me salvará".

Pero seguí lloviendo a cántaros, y la fuerza implacable de las lluvias torrenciales destruyó la casa y el hombre murió allí. Su alma ascendió al cielo y, al encontrarse con el Señor, le preguntó entristecido:
- Toda mi vida creí en ti e hice el bien. Estaba convencido de que tú me salvarías pero me todos mis amigos y familiares allá lloran mi muerte. ¿Cómo no me rescataste de aquella tragedia?

Y dulcemente, Dios le respondió:
- Hijo mío, claro que traté de salvarte: primero envié a tus vecinos, luego a un buen hombre con su bote y finalmente a un helicóptero de rescate. Sin embargo, en toda ocasión tú te negaste a recibir la ayuda que yo había pensado para ti.

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