viernes, 3 de enero de 2014

¿Qué tienes para darme?

Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.
-Acércate -le dijo Jesús-. ¿Por qué tienes miedo?


-No me atrevo..., no tengo nada para darte.


-Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido.


El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
-De verdad, no tengo nada... Nada es mío, si tuviera algo, algo mío, te lo daría. Mira...


Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
-Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...


-No -contestó Jesús-, guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.


-Con gusto -dijo el muchacho-, pero, ¿qué?


-Ofréceme el último de tus dibujos.


El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:
-No puedo, mi dibujo es horrible. ¡Nadie quiere mirarlo!


-Justamente, por eso lo quiero: siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.


-¡Pero lo rompí esta mañana! -tartamudeó el chico.


-Por eso lo quiero: debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo. Y ahora -insistió Jesús- repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron como habías roto el plato.


El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:
-Les mentí. Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto, ¡estaba enojado y lo tiré con rabia!


Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús-; dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas. No tienes necesidad de guardarlas. Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa...

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